Corriendo tras los sueños

Conjunto díptico. Antonio Tapia.

La decisión de iniciarse profesionalmente en este mundo del arte dejando de ser amateur es uno de los escalones más grandes que tiene un artista en su carrera y esa primera vez es casi pánico lo que se siente.

Enfrentarte al aspecto económico es una experiencia que según se desarrolle marcará tu devenir artístico, pero de cualquier manera es imprescindible…

Recuerdo que cuando tomé la decisión de intentar dedicarme a la pintura como profesión, fue en medio de una tormenta perfecta de problemas y desafecciones que me llevaban a huir de mi entorno.

Un trabajo insatisfactorio, de jornadas de sol a sol o incluso más largas, con ambiente enrarecido propio de la escasa baja remuneración (‘para lo que me pagan así hago’ se decía en la época), que era producto de la crisis económica de finales de los 90s, en los que a cada oferta laboral había cientos de solicitudes y eso permitía que muchos empresarios aprovecharan la necesidad para apretar las tuercas a sus empleados.

Esta falta de tiempo y el miedo a perder lo poco que había, hacían que me fuera imposible cambiar a otro trabajo, es la pescadilla que se muerde la cola, no tienes tiempo para buscar y no tienes tiempo para formarte. Atrapado en ese círculo de horror como la mayoría de la gente de aquella época y como pasa ahora, rodaban los días uno tras otro, tristes, sin ver un atisbo de cambio que permitiera mejorar mi futuro.

Pero un día, un 15 de junio de 1999, a las 20:00h, una discusión con el jefe me hizo ver la luz, me hizo darme cuenta que tenía que emprender mi propio vuelo.

Salí a la carretera de Alcantarilla, una recta de varios kilómetros, y conforme me incorporaba desde la salida de la empresa me paré en el semáforo que controlaba el acceso. En ese momento un sol inmenso, se estaba poniendo justo al fondo del  camino. Me vi cegado por él, pero eso hizo que de repente, una luz se iluminara en mi cabeza y dije :’Hace meses que no veo el sol’.

En el tiempo que esperaba a cambiar el color del luminoso, por mi mente pasó un razonamiento prístino y claro :’Si el tiempo que dedico a trabajar para este hombre lo dedicara a trabajar para mi, podría buscarme trabajos, estudiar, y hacer todo lo que necesitaba para ganar más’.

Pero me surgió inmediatamente una pregunta: ¿Pero yo que sé hacer?

Y entonces me di cuenta que pintaba desde hacía varios años y que había mejorado mucho, incluso la gente empezaba a interesarse. La asociación de ideas fue inmediata: ‘La pintura es como un trabajo cualquiera. Si le dedico más tiempo, seguiré mejorando, pero necesito formarme técnicamente de alguna manera, de esta forma aumentaré mi producción y la calidad. Tengo que relacionarme con gente de la pintura y el arte para hace contactos y poder hacer exposiciones, y finalmente, hacer un buen marketing de mis productos, una buena publicidad para que todo el mundo los conociera’.

Blanco y en botella

El semáforo se puso verde, di la vuelta al coche y escribí mi carta de dimisión en la que explicaba que al igual que mi jefe un día se independizó del suyo, yo tenía que intentar vivir de lo que realmente me gustaba y para lo que tenía talento, porque de otra manera me habría arrepentido toda la vida de no haberlo intentado.

Con la liquidación me compré un ordenador mejor y me hice el primer inocente folleto-catálogo con mis obras, y de ahí me lancé al mar de la creación con un ardor y pasión que sólo el convencido tiene, en la intuición de que si me esforzaba lo conseguiría.

Hoy, a veintiún años vista, todavía sigo persiguiendo mi sueño sin fin, pero cada vez que miro atrás, creo que tomé la decisión acertada.

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